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El Hueco Negro

3 abr 2025 - 3 min read

Mario había visto decenas de departamentos antes de decidirse por ese. No era el más bonito, ni el más grande, pero estaba bien ubicado y, lo más importante, estaba dentro de su presupuesto. Firmó el contrato sin dudarlo.

El lugar tenía un ligero olor a humedad, pero nada que un par de días con las ventanas abiertas no solucionaran. Las paredes eran blancas, desnudas, salvo por una pequeña mancha oscura en el baño. Un hueco negro, del tamaño de una moneda, en la esquina inferior de la pared junto al inodoro.

No le dio importancia. “Puedo taparlo con masilla”, pensó.

Pasaron los días y Mario empezó a notar cosas extrañas. Nada del otro mundo, solo detalles. A veces le parecía que el departamento estaba más frío de lo que debería. O que el sonido del agua corriendo en las tuberías duraba un poco más después de cerrar la llave. Pequeños chasquidos en la noche, como uñas rascando el concreto.

Una tarde, al entrar al baño, sintió una incomodidad repentina. Miró la pared.

El hueco era más grande.

Se inclinó para verlo de cerca. No se veía el otro lado, solo oscuridad, como si no hubiera fondo. Introdujo un palillo dentro, pero cuando lo sacó, la punta estaba extrañamente fría. Se estremeció. “Quizás la humedad está debilitando la pared”. No le dio más vueltas.

Al día siguiente, el agujero había crecido otro centímetro.

Mario trató de ignorarlo. Se enfocó en su trabajo, en sus rutinas, pero cada vez que entraba al baño, su mirada iba directo al hueco. Era hipnótico. Oscuro, profundo, imposible de medir.

Y entonces lo escuchó.

La primera vez fue un susurro apenas perceptible, como el roce de hojas secas. Se quedó inmóvil, aguantando la respiración. “Debo estar imaginándolo”, se dijo, pero su piel se erizó.

La siguiente noche, despertó con una sensación extraña. Se levantó a tomar agua y, al pasar por el baño, vio que la puerta estaba entreabierta. No recordaba haberla dejado así.

Se acercó con cautela. El agujero era ahora del tamaño de su puño. Una corriente de aire frío salía de él.

Algo se movió dentro.

Un reflejo, un parpadeo de luz donde no debería haber ninguno. Mario sintió un escalofrío recorrer su espalda. Se alejó de la puerta, tratando de convencerse de que estaba exagerando.

Esa noche soñó con algo arrastrándose fuera del hueco. No tenía forma definida, solo una negrura amorfa, pero podía sentir cómo lo observaba.

Cuando despertó, el aire del baño estaba helado.

No quería mirar. No quería acercarse.

Pero lo hizo.

El agujero ahora tenía el tamaño de una cabeza. Y en su interior, dos ojos pálidos y vacíos lo miraban fijamente.

Mario sintió que su mente se quebraba en ese instante. Corrió fuera del departamento, sin cerrar la puerta, sin apagar las luces. No regresó por sus cosas. No intentó explicarlo. Solo corrió.

El edificio quedó vacío por meses. Los caseros intentaron rentarlo otra vez, pero nadie se quedaba mucho tiempo.

El hueco seguía ahí.

Creciendo.

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